No puedes llevar esa ropa

Castiga al padre con la infancia de los hijos: y nadie la detiene

Hay una escena tan común como cruel: los hijos están bajo un régimen acordado de tenencia compartida: medio tiempo con cada padre durante la semana. Visten ropa comprada por uno y por el otro. Pero cuando les corresponden estar con el padre, ella les dice, en tono intimidante: “Eso se queda aquí”.

La ropa no viaja. Porque la madre no quiere. No porque sea valiosa, no porque haya riesgo de pérdida, no por razones prácticas. Simplemente porque es la que ella compró. Y en su lógica retorcida, el niño no tiene derecho a usarla cuando está con su padre.

Detrás de ese gesto, tan aparentemente trivial, hay una intención perversa: castigar al padre que sí cumple, al que paga su parte, al que sostiene su hogar con dignidad, sin victimismo ni excusas. Él, que no impide que sus hijos lleven nada cuando vuelven a la otra casa. Él, que sí comparte, que no marca los objetos con etiquetas de propiedad ideológica, ofrece a sus hijos el gozo de estrenar lo que él les compra.

Pero la madre no. Ella no comparte. Retiene. Y lo hace sabiendo perfectamente lo que significa: que el niño no puede llevarse lo que más le gusta, lo que acaba de hacerlo feliz estrenar, lo que creyó era afecto y alegría. Porque en su mente, permitirlo sería ceder. Sería “darle algo” al padre. Y ella no está dispuesta a dar nada, sin importarle que sacrifique a sus hijos.

La justicia no puede seguir callando ante esto.

Porque esto es violencia. No simbólica. No estructural. No abstracta. Es violencia concreta, cotidiana, directa, contra los niños.

Y es también incumplimiento. Porque en un régimen de tenencia compartida, ambos progenitores tienen responsabilidades. Ambos deben velar por el bienestar emocional de los hijos. Ambos deben garantizar continuidad, equilibrio, y respeto mutuo. Pero aquí hay uno solo que cumple. Y una sola que impone: como si la balanza solo pesara de un lado.

¿Qué justifica ese doble estándar? Nada.

Pero hay quienes aún lo encubren con discursos ideológicos, con justificaciones terapéuticas, con supuestas “realidades de género”. Como si el ser mujer fuera carta blanca para manipular, dividir, sabotear los lazos entre el niño y su padre.

Y no. Ser madre no otorga inmunidad.

Usar a los hijos como extensión de una guerra personal no es amor. Es crueldad. Es abuso. Y merece ser nombrado como tal, sin excusas.

“Quien juega con el amor de un hijo, clava cuchillos invisibles.”

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